martes, 11 de agosto de 2009

¿Cuánto vale un ser humano?

¿Cuánto vale un ser humano?
EL FÚTBOL VISTO POR UN HOMBRE DE TEATRO

Agustín Cuzzani (Buenos Aires, 1924-1987) fue un hombre de teatro argentino al
que le interesó el fútbol no sé si desde el lugar de la pasión, pero dejó registrada en
una de sus obras, que sí a raíz de la venta de un jugador.
Corría el año 1950 y ocurrió algo insólito: un equipo de Buenos Aires compró a una estrella uruguaya, Walter Gómez, por $ 750.000.- al mismo tiempo que un obrero ganaba $180.-Es decir, 4.166 veces más. Estas diferencias abismales entre el valor de un jugador de fútbol y un obrero se fueron haciendo cada vez más grandes, valor que hace que el del deportista sea cada vez más alto y, en relación, el del obrero cada vez más bajo. Esta deformidad de los valores se extiende hacia la ironía si se piensa que el calzado que el atleta se pone para jugar es fabricado con el sudor y, muchas veces, con las necesidades del obrero. Y que dicho deporte se fundamenta en que a ese obrero le siga gustando el fútbol que juega.

I – Arístides Garibaldi, Cacho, es el jugador de barrio tal cual como me lo contaban mis tíos en los almuerzos que se producían en mi casa después de la caída de Perón, año 1956 en adelante. Época en que nombrar al ex -presidente en voz alta, era razón suficiente como para ser denunciado y encarcelado. Pues bien, en los almuerzos de mi casa siempre se hablaba de Perón sin nombrarlo, maravilloso ejercicio de la lengua que nos obligaba a buscar sinónimos, como hablar de “el general, el hombre, el macho…”. Siempre se hablaba de ese tema y de los partidos del domingo. También, que en la época previa al peronismo, los jugadores profesionales lo eran de una manera especial: jugaban por la camiseta, devoraban con la vieja suculentos platos de ravioles y sin siquiera hacerse una siestita, iban a jugar a la cancha para deleite de las multitudes. Ellos, mis tíos, podían recitar de memoria los planteles de Boca y River en los sucesivos campeonatos. Escuchar a Fioravanti con la Spica pegada a la oreja a todo volumen, y gritar los goles imaginados, era toda una tradición donde al menos si no se podía gritar ¡Viva Perón! , se podían vociferar los nombres de sus equipos preferidos, con toda la rabia.
Bien., uno de ellos era Arístides Garibaldi, quien para la obra de Cuzzani, “El centroforward murió al amanecer”, fue vendido contra su voluntad a Enésimo Lupus, un multimillonario excéntrico quien lo compra no para hacerlo jugar sino para tenerlo en su posesión, como un artículo más de sus estrafalarias inversiones. Hay quien compra cuadros de artistas famosos, hay quien compra jugadores de fútbol. Lo interesante de la historia de Cuzzani, es que Cacho se rebela.
En una de los fragmentos más altos de la emoción teatral, en un diálogo entre Cacho y uno de los acreedores del club al que pertenece, expresa: “Ustedes no pueden sacarme a remate como si yo fuera una valija de fibra o un ropero usado. ¡Yo soy un ser humano!” . Expresión interesante que viene a refrescarnos algo que a esta altura de los acontecimientos hemos perdido, porque los seres humanos, justamente, solemos acostumbrarnos a lo que en un principio es una locura, luego va adquiriendo ribetes de realidad, para después aceptar que a una persona se la pueda vender como a una valija de fibra o un ropero, y que dicha venta se la considere un asunto normal y corriente. Y lo que nos recuerda y nos refresca es exactamente eso: lo que está en venta es un ser humano. Con recuerdos, padres, hijos, tíos, imágenes, sonidos, emoción, y (cosa curiosa) no hay dos que sean iguales. Por eso, pregunta ¿cuánto vale un ser humano?, y ¿cuáles son los elementos para adjudicarle dicho precio?

II - En una nota aparecida en Clarín el 18 de junio de este año, el jugador Lionel Messi






era, hasta entonces, el más caro del mundo, con un valor de 124.000.000.- de euros. Para la Frontier Economics, consultora del estudio, el pase de Messi vale 34.000.000 más que el de Cristiano Rolando. Para ello, tuvo en cuenta los siguientes ítems:
goles convertidos, tiros al arco, minutos jugados, citaciones a la Selección, premios recibidos, experiencia internacional, edad, títulos logrados.
De más está decir que, además, se cotizan mucho más los goles de un centroforward …, que los de un defensor. Pregúntese ¿por qué? Pero ese es tema para otro momento.
124.000.000 de euros son aproximadamente 500.000.000 de pesos argentinos. Un obrero puede llegar a ganar 1.500.- Es decir, 300.000 veces más, y cerca de 80 veces más que en 1950.
Ahora ¿qué pasaría si un multimillonario como Enésimo Lupus se dedicara, por ejemplo, a la compra y venta de esposas? ¿cuáles serían los parámetros para su valuación?. O esposos. O hijos. O establecimientos educativos podrían vender directivos. O alumnos; por ejemplo: “Compro diez alumnos con diez de promedio a cambio de estos 100 inservibles”.
La persona sería un precio. Ya no importarán sus recuerdos, el olor de su barrio, los juegos en la vereda, los recuerdos de la voz de su padre, cierto anhelo por abrazar a su novia, el tango que aún suena en sus oídos, el amor, esa cosa en desuso. ¿Acaso los jugadores no son dueños también de esos ingredientes propios de un ser humano?, ¿ellos están de acuerdo en ser una mercancía sin más ni más?

III – Agustín Cuzzani fue un profesional que lo era de una manera muy especial: traspiraba la camiseta del teatro independiente. Y a tal punto lo hizo, y con tanta calidad, que la obra que nos ocupa “El centroforward..:” es conocida mundialmente y fue traducida a diversos idiomas. Ese teatro, como decíamos, que nació de la mano de los circenses hermanos Podestá allá por el 1890, y que llenó las salas barriales de los sábados a la tarde de toda Buenos Aires, cuando los vecinos llevaban su silla para poder tener un lugar en la platea. Era independiente porque no era un teatro de los empresarios, sino de las cooperativas formadas por los mismos trabajadores de la cultura, que dividían sus ganancias según el tiempo puesto en la labor, y de acuerdo a reuniones donde se decidía todo. Con la llegada del primer televisor a la argentina, en 1960, declinó la afluencia de público a la salas; pero durante 70 años, muchísimos actores, directores, electricistas, tramoyistas, utileros, escritores e infinidad de oficios relacionados con el teatro, vivieron de la escena. De contar historias. Y eran muchos. Y muchos grandes que escribieron y actuaron para hacer llorar y reir con las historias que a ese mismo público les contaba: sus propias historias, las de ellos, donde se veían reflejados tal cual eran.
Como en el fútbol, sólo algunos son valuados para el “gran” espectáculo, mientras que un actor que desea actuar debe trabajar de cualquier otra cosa para poder comer, y realizar su pasión con culpa, casi a escondidas.
Y tal vez porque vio, proféticamente, la que se venía, en el medio de la eferevescencia y de la locura que significó 1955, Cuzzani escribió esa obra que aún hoy deja escuchar la frase tan sencillamente verdadera de: “¡Yo soy un ser humano!”.
Pero, perdón, todavía no me contestaron la pregunta: ¿Cuánto vale, eh?¿Cuánto vale un ser humano? ¿se lo puso a pensar?.


Alejandro Seta

jueves, 16 de julio de 2009

LA PIEDRA DE MOLINO- cuento








LA PIEDRA DE MOLINO


Entristecía al muchacho ver al viejo regresar todos los días
con su barca vacía, y siempre se acercaba a ayudarle a
cargar los rollos de sedal o el bichero y el arpón y la vela
arrollada al mástil. La vela estaba remendada con sacos de
harina y, arrollada, parecía la bandera de la derrota
permanente.

Ernest Hemingway, El viejo y el mar




No sé cuándo empezó todo. Si cuando leí por primera vez Robinson Crusoe, y cuando vi la enorme, destartalada y nutrida biblioteca de mi escuelita de Clorinda,o cuando mi padre empezó a llamarme todas las mañanas a las cinco en punto para ir a trabajar, con una casi dulce orden: “¡Arriba, Pedrito!”. Clorinda no tenía nada en el vientre de la provincia de Formosa, tierra colorada y gente pobre, es decir: nada. O todo. O me tenía a mí y a mi padre. Y a mis nueve hermanos y a mi buena madre. Y a mi rancho de adobe y piso de tierra. O lo tenía todo y ya me había dado cuenta. Y lo tenía todo porque tenía una escuelita con una biblioteca destartalada, y entre esos libros estaba Robinson, y El Viejo y el Mar. ¿Sabrían entonces, Stevenson y Hemingway, cuando los escribían, mientras pergeñaban esos extraños y humanos personajes, que el marino náufrago y el viejo casi desesperanzado pescador y su amigo niño, salvarían a otro, a otro niño que era también un náufrago en el vientre de la provincia de Formosa, un niño que miraba al viejo pelear contra el gran pez?

No sé cuándo empezó todo. Tampoco sé si fue cuando una mujer de guardapolvo blanco me salvó llamándome sin conocerme:

-¡Niño, niño, venga acá!

¿Será que para salvarnos necesitamos darnos órdenes, ordenarnos de una buena vez por todas para que los pensamientos comiencen a alinearse como los libros en mi biblioteca de Clorinda, como los bollitos de masa levada en las asaderas del horno de mi padre?
Me acerqué. Me acerqué como el gran pez al sedal lleno de ricas mojarras en la novela de Hemingway. Con esa mezcla de temor y atracción a lo desconocido. No sabía que esa mujer para mí entonces desconocida, me adentraría en las hondonadas de mis propios mares, en mis propias islas perdidas de Chile del siglo XVIII.

Y fui.

- ¡Arriba, Pedrito!

Esas dos palabras alcanzaban para abrir los ojos, correr la sábana y sacar un pie, el otro, pararme. En Clorinda nunca hace frío. Acá en Buenos Aires conocí el frío , después, mucho después, un río que se te pega adentro y te destartala, te quita la alegría. El frío de los corazones es lo peor. La amargura de esta gente. Porque yo iba contento a trabajar con mi padre. Aunque no sea creíble, yo iba contento. Íbamos contentos a trabajar. Esto no es de novela, pero íbamos felices a trabajar bajo el cielo cálido y el piso rojo de una ciudad que ahora ya casi ni recuerdo. Mi padre, caminando por el camino colorado de dos kilómetros que nos separaba de la panadería, iba cantando “Niño yuntero”.No recuerdo la letra. Sólo de tanto en tanto viene a mí la canción.

Todavía escucho la voz de mi papá.

La directora me dijo:

“¿No sabe que los niños no tienen que andar por la calle a toda hora? Venga mañana a la una acompañado de su papá”.

Era una orden. Y aunque parezca mentira, era una orden dicha con cariño, con respeto. Eso, respeto. Respeto por un niño. Dicen que cuando Dios creó el mundo, al séptimo día descansó. Yo creo que entre el sexto y el séptimo, escuchó a los niños.

Todavía lo escucho. Cada vez que me levanto a las cinco de la mañana vuelvo a escuchar la voz de mi padre. Mi padre abría la panadería, prendíamos el horno, preparábamos la levadura, hacíamos la masa. Amasábamos la masa con nuestras manos que eran parte de la masa. Las manos de mi padre eran como grandes mazas que golpeaban el cuerpo blando cada vez más blando del pan, el blando pan inalcanzable.

En realidad yo acompañé a mi padre desde los cinco hasta los diez años durante todas las mañanas, y sólo me dejó amasar la harina desde los ocho. Porque no quería que hiciera fuerza. Yo le pedía. “”No”, “todavía no” – me decía cada vez que le pedía. Entonces me iba a jugar afuera un rato, mientras iba amaneciendo y la tierra entonces sí se ponía colorada, porque hasta entonces era negra, y todo era negro, y sólo se escuchaba uno que otro sapo que se respondían uno al otro. Después me llamaba ¡Pedrito! – entonces yo sabía que era la hora de hacer los bollitos y ponerlos en la asadera aceitada. El horno ya estaba prendido, a leña, por supuesto, me gustaba ver el leño ardiendo, ese rojo vivísimo del horno todo, el leño desparramando chispas de una gran y pequeña explosión. Era lindo, sí Era lindo verlo. Y me gustaba acercarme hasta la boca del horno, hasta que me quemara casi.

- ¡Cuidado, Pedrito!

Entonces , me alejaba.
Poner bollos. Alineaditos. Uno al lado del otro. Eran soldados. Estábamos a fines de la Segunda Guerra Mundial y ya habían llegado a Clorinda los primeros soldaditos de plástico. Me los había regalado un tío que una vez había llegado de Buenos Aires, uno de esos que se van y vuelven de tanto en tanto. Tíos de prestado, tíos inolvidables, tíos que, conocido el gran pez y como el sedal lleno de ricas mojarras se los había tragado. Tíos-mojarra que se habían ido con alpargatas y volvían con zapatos con cordones, tíos que ahora hablaban con “y”, tíos-soldaditos, tíos-como yo. Yo, ahora que cuento este cuento, soy otro sedal con mojarras, el aparejo entero del viejo hemingway: un soldadito más expulsado por la orilla (alguien lucha con nosotros en su boca, alguien quiere que nos trague de una buena vez. Bueno, esos tíos me habían traído soldaditos. Me olvidé sus nombres. Yo tampoco volví jamás. Yo-soldadito, yo-sedal.

El viejo lo miró con sus afectuosos y
confiados ojos quemados por el sol.
- Si fueras hijo mío, me arriesgaría a llevarte –dijo- . Pero tú eres de tu padre y de tu madre y estás en un bote que tiene suerte.

E.H., El viejo y el mar

El soldadito alemán y el soldadito americano luchaban alegremente bajo el amanecer de Clorinda al pie de un acacio negro espinoso y resucitado. Luchaban una guerra que nunca habían conocido, una guerra nunca tan terrible y espantosa, una guerra a la que yo los hacía jugar en la vereda de la panadería de mi padre, mejor dicho, en la que trabajaba papá, aunque nunca había dejado de ser de él . Jugaban a que se mataban de una muerte siempre vuelta a vivir.
Pero en el momento del trabajo no era momento de jugar, entonces yo jugaba en mi mente. “Soldado Gómez, detrás del soldado judío. Soldado cosaco, alinéese . Soldado Francisco ¿no ve que le están ganando la retaguardia?” Y así. No sé de dónde sacaba tantos nombres, pero yo los inventaba. Y lo hacía rapidito, porque si no mi papá no me iba a dejar ir con él, y a mí me encantaba ir a trabajar con él, y él decía siempre: “Hay que trabajar. Nosotros somos pobres y hay que trabajar”. “Yo te enseño este oficio, Pedrito, para que sepas hacer algo”: Y así fue que, durante muchos años, y habiendo terminado la escuela, trabajé de panadero. Hasta los veinte. Ya había empezado a estudiar y me tuve que ir. Primero magisterio, después abogacía. Nunca olvidé a mis padres, era como si ellos estuvieran en la isla y yo los mirara desde el mar. Siempre que leí y volví a leer El viejo y el mar, el viejo era mi padre, tenía las manos de mi padre, la cara de mi padre, ese cáncer benigno en el cuello por la persistencia del sol, de mi padre. Yo sigo siendo el niño que mira al viejo desde la orilla. O soy el lector que mira al náufrago en la isla perdida. Y ellos están ahí, pero están ahí porque ese es su mundo. Un mundo que trabajaron para que yo me salvara. Algo así. Como cuando mi padre hizo un círculo en el piso de tierra de casa..

- Venga, Pedrito. Es así: la directora tiene razón. Usted debe estudiar.

Mamá estaba mirando y le caían las lágrimas. Silenciosas lágrimas sobre la buena cara gorda de mamá. Y entonces fue cuando papá hizo el círculo en el piso de tierra de mi casa con un palito.

- Nosotros somos estos. Nuestros padres trabajaron . Escuela, nada. Nuestros abuelos trabajaron y nunca aprendieron a leer y escribir. Y siempre trabajamos mucho todos, para no tener nada.

Yo no entendía .
- Pero no, papá. Yo quiero seguir yendo a la panadería. Usted me dijo que si no trabajaba no iba a ser nada en la vida.

Volvió a hacer el círculo con el palito. Mientras seguía hablando el círculo volvía a hacerse sobre sí mismo, una y otra vez.

Pero nada, no. Usted, Pedrito, es lo más importante para nosotros. Usted debe salir ¿entiende?

Entonces el palito salió del círculo hacia fuera.

Ahora camino por las calles de Buenos Aires . Voy a un juicio. Un hombre, un hombre culto, educado, un profesional (no daré más datos) había abusado de sus hijos a lo largo de veinte años. De sus hijos pequeños. Había tenido la suficiente sagacidad y astucia para que su esposa se callara y sus hijos se lo ocultaran no sólo a los demás sino entre ellos mismos. Una terapia del miedo administrada a dosis mínimas, perfectas y eficaces. Había logrado que lo mantuvieran en secreto durante todos esos años, hasta que uno de ellos habló. Voy al juicio.
Ningún pensamiento me dice tanto ahora como aquello de “…de cierto, de cierto les digo que si alguno escandalizare a uno de estos mis pequeños, será mejor que se atare al cuello una piedra de molino y se arrojare al fondo de la mar..:” Y ninguno viene a mí como este ahora. Camino por ciertas calles de Buenos Aires, de cierto barrio lleno de personas apresuradas a principios de la década del 70. Extrañas sirenas aúllan en el fondo de esta ciudad. Una generación se desangra, un mundo se destruye, y en el centro de esta guerra ahora sin soldaditos en la vereda, una guerra pequeña y atroz en el centro de nuestra casa. Me pregunto: ¿Qué piedras de molino, de qué tamaño harán falta para este hombre? ¿Cómo puede ser que la dimensión humana pueda ser tan extensa que incluya a un extremo a este monstruo al que ahora voy a tratar de que quede en la cárcel , y en el otro, a mi buen papá haciendo un círculo en la tierra con un palito? Voy por las calles de Buenos Aires hacia un juicio, a intentar salvar a esos niños que ahora son dos hombres y una mujer a los que nadie les devolverá jamás la alegría, pero, por lo menos, me digo, pueda devolverles un poquito de su dignidad. Pero nada, nada, les devolverá la alegría. No en este mundo, al menos.



- ¡Niño, niño, venga acá! ¿No sabe que los niños deben ir a la escuela?

Yo creo haberla mirado con perpleja incapacidad para comprenderla. ¿Escuela? Yo tengo que trabajar con mi papá. No, los niños no trabajan. Venga acá. Y me mostró la biblioteca, un cuadro de Sarmiento, extraño el cuadro, un Sarmiento sonriente, recuerdo casi como a través de una lejana neblina somnolienta. Los niños deben leer –me parece escuchar. Yo no hablaba. Los niños deben aprender. ¿Podría decirle a su padre que mañana quiero hablar con él? Y papá fue. Yo lo estaba esperando afuera de la escuela, y cuando salió, mi papá estaba triste, no sé si por lo que perdía, o porque había descubierto que, sin saberlo, se había estado equivocando. Para reconocer el propio error y corregirlo sólo hace falta un poco de coraje. Un poco, tal vez, nomás. Un poco.

Veo la cabeza calva del acusado. Siento repugnancia. Yo estoy sentado con una mujer a mi derecha y dos hombres a mi izquierda. La mujer no llora. Mira algo a lo lejos. Tal vez no esté aquí. Escucho la voz del acusado (¿debo llamarlo “padre”?) : - Soy inocente. –dice el degenerado- Todas las acusaciones son falsas. Y luego la sentencia. Aunque detesto las cárceles, haré todo lo posible para que este hombre viva hasta su último aliento dentro de una.

No sé aún qué extraña o curiosa suma de hechos hicieron que ese atardecer, cuando ya era libre para jugar (los pies descalzos y colorados por la tierra de Clorinda) una mujer y yo estuviéramos en el mismo lugar. Me pregunto cuántos pedritos no estarán en esas circunstancias hoy, ayer, mañana. Me pregunto cuántas piedras de molino triturarán el trigo de esa siembra inconclusa, cuántas piedras harinarán los caminos de los adultos, cuántas piedras de molinos se atarán a los cuellos de los insensatos, de los degenerados, de los esclavizadotes de niños, de los que los prostituyen serena, silenciosamente. Una piedra de molino que harina, una piedra de molino en el fondo de la mar, ¿en el fondo de la boca del gran pez?

Saludo a la mujer y a sus dos hermanos. Siento sus manos cálidas. Tal vez se salven. Yo vuelvo a casa. Me esperan mis hijos (tengo tres) y mi esposa. Se llama Luisa. Ellos no saben aunque se los cuente, cuánto me salvó aquella directora de Clorinda, cuánto me salvó mi padre, cuánto me salvan ellos hoy.

Mamá murió hace cinco años. Me escribo con mis hermanos largas cartas y nos volvemos a ver. Papá se fue hace dos. Siempre vuelve a hacer el círculo en el piso de tierra de mi rancho de Clorinda con el palito. Hace el círculo y vuelve a hacerlo, una, dos, tres veces, hasta que sale del círculo, el palito. Así.







La Rosa Invisible. El texto.

A los que dan sin que nadie los vea, la invisible rosa





EL PAN

“...ellos contaban las cosas que les habían
acontecido en el camino y cómo
le habían reconocido al partir el pan…”
Lucas 24:35


¿Cómo partía el pan Jesús,
con qué dedos, con qué delicadeza
lo cortaba? ¿Con qué gesto o sonrisa?
¿De qué manera llevaba puesto el manto,
cómo caía el lienzo sobre su mano
mientras cortaba. Con qué dulzura
o rostro imaginaba qué pasaba afuera
mientras partía el pan con sus propias manos?

¿Por qué Él y no otro?

¿Cómo partía su pan entre todos,
con qué dulzura, con qué delicadeza
lo dio todo, con qué gesto, sin quejarse,
llevaba puesto el sufrimiento?
¿Cómo caía el clavo sobre su mano
sabiendo lo que pasaba afuera?
¿Cómo dio sus propias manos y sus pies
y su cabeza, su torso todo, todo su ser
lo dio, sin quedarse con nada?

¿Por qué Él y no otro?




ÉSTE
Te sueño en los muros donde nadie escribe
y Dios ya dibujó tu rostro.
te sueño con las alas de los pájaros
que habitan nuestros atardeceres
y el Universo ya había dado forma a tu figura.

Conozco tu voz entre todas las voces.
Soy esclavo al fin de tus caricias.
Puedo dar fe de la trama de tu piel
entre las sedas más finas de la tierra.

Vengo de la noche y te encuentro, amiga.

“¿Cuál es tu sueño?” – me preguntaste
Y yo te dije: “Éste”.


ENEMIGOS

No tengo enemigos.
Ellos me tienen.

Como una perfecta puñalada
sólo traerán dolor.

No los odiaré.
No me vengaré mañana.
No los acusaré a los hombres,
No les construiré un recuerdo.
No entrarán en mis sueños.
No entrarán en los sueños de mis pequeños.
No habrá nada de ellos en los ojos de mis hijos
Ni en la mirada de mi amada.

No tengo enemigos, ya no importan.

Como en un espejo oblicuo
salieron de mi visión
cuando los estaba pronunciando.




TODO

Todo lo que sucedió fue para que esto sucediese.
(No me limitará el margen de un cuaderno).

Fui salvaje suicida en la mente de los otros,
un saltimbanqui de la angustia
en el banquillo de la muerte.
.
Fui francotirador de las malas palabras,
escritor a la moda,
periodista de ningún amor,
cirujano de la amistad con lo extraño.

Fui injusto, cruel, frío como un bisturí.

Es como sumar 2+2.

Lo grave es que nos quedamos
Con la primera parte de la cuenta.

Y yo no sabía que todo eso sucedió para que tú vinieses.



TORMENTA

Alejandro Korn es un revuelto mar
de abejas gigantes
que zumban y galopan
la oscura miel aérea,
los rostros, los árboles, las casas.

El agua se sacude
en un vaso de paredes invisibles
y la luna parece caer
de su blanco mástil.

Alguien canta un ignorado himno
y mi espíritu está en paz
esta mañana: los niños,
vos, el gato
que hoy goza de buena salud su 5ta. vida.

Nosotros vinimos a este lugar
para vivir estas cosas.



GALILEO

Galileo nació en el tiempo
en que estamos protegidos.

Como una lluvia de abril
canta desde que nace
y bajo su nombre se citan
el amor, la luz y las estrellas.

El telón de los títeres se abre,
hay olor a tuco en nuestra casa.
Tu voz los llama.

Desde tu luna de enero,
niño serás siempre.



Noche. La noche. Una mirada
Cuyo ojo eterno es el centro de su oscuridad.

Noche. La noche ciega.
Música que toca aún
Con sus finos dedos de diamante
El acordeón de gatos que maúllan y cantan.

Videncia. Resplandor de la mano de Dios
En el centro mismo de Su mirada.

Único canto que no muere.




SIERVO

Siervo tuyo soy de tu risa.

Reíte, amor, que de tus labios
yo crezco.




Un rumor de espuelas embriagadas.
Un lejano tambor de sombras.
¿Quién mueve la rienda de esos caballos,
negros caballos robados a las estrellas?

El viento es la catedral de los oficios
de los que mueren de noche. Un gallo
canta y alguien llora
por haber traicionado a la esperanza.

Abierto a las cosechas de la luna
el viento es una larga marcha
de torpes transeúntes de lo infinito.
Ahora puedo mirar más allá de mis propias narices.




MAMÁ (1931-2000)



¡Oh, corazón, recuerda a mi madre!
No te canses de nombrarla pues ella me espera.
Hay un cerro en La Rioja que aún no la conoce,
Y en Córdoba, donde el hambre le enseñó a temer,

los pájaros la recuerdan. ¡Oh, corazón,
no te canses! Ella siempre me preguntaba
cómo está la calle. Y yo le decía
que la calle está ahí, y nosotros vamos.

Yo iré por tu vereda a encontrarte.
¡Oh, corazón, no te canses!




Te he visto morir y nacer mil veces
como una luna que apaga y prende
su cabellera de las sortijas de la noche.
Creo en morir como una cascada
y en nacer. Nazco
de lo que es eterno.

El agua viene siempre montada
a la grupa de aquel caballo. El agua
es una enredadera invisible que trepa
a lo alto de las montañas del mundo.

Te he visto morir, amada, y nacer
como el agua.
Como el brusco descenso de las estrellas
que caen. Y nacer, nazco, yo
de tus manos
y me haces, alfarera,
como a Adán lo hizo el Amo.





SOBREVIVIENTE

Recuerdo el tiempo en que la gente se saludaba.
Éramos personas recordándonos que había amanecido.
Hoy, hoscos rostros esquivan la mirada. Aquellos hombres ya murieron
Y yo soy el cronista resurrecto de un pasado que nadie recuerda.

Yo sí lo recuerdo: el agua tenía gusto a agua
Y se podía escuchar en cualquier calle el canto de los pájaros.
Había niños que eran niños. Hoy los niños están presos
en mármoles oscuros, detrás de nobles escritorios.
Presos sin padres. ¿Quién rompió el círculo?
Mañana alguien dirá que esto es mentira. Por eso lo escribo:
para decir que yo lo recuerdo. Había ángeles.

Yo mismo era un niño. Mi madre cuidaba las begonias
en un patio donde a veces llovía. Mi madre también sonreía a veces
y esto es algo que yo escribo para que se lo recuerde.
¿Quién rompió el noble oficio del carpintero
Y de los maderos sólo hicieron cruces? Paraísos había en mi vereda,
dulces cuerpos oscuros, elevando sus brazos venerables.
¿Quién envenenó el agua, quién la mirada de los hombres, quién
o qué elemento desconocido por la ciencia, enmudeció el saludo?

Dios andaba por todas partes.

Después, vino la guerra.




Una flor entre las hienas,
Una suave flor azul
bajo la luz de un amanecer.
(las Hienas no me reconocerán).

Aunque dure un segundo,
eso quiero ser.




A Santiago Ramírez, abril 14 de 2001


Está muriendo un príncipe,
es decir,
un hombre que siempre quiso
que los otros lo fueran.

No tuvo fama
ni espacios en la crítica
ni fue su nombre mencionado
en los periódicos.
Pero su luz trascendía toda palabra
y donde él iba
su propia luz lo perseguía.

Había encontrado la verdad
y con el mismo entusiasmo
de quien ha encontrado una perla milenaria
a toda costa quiso mostrarla a los demás,
a quienes mayormente ven en ella un guijarro.

“¡Es una perla”-les decía.
¡Miren, es una perla milenaria!”.

Es un príncipe, sí, pero de ningún reino.
Su lugar no era de esta tierra.
Pasó por aquí para decirnos: “Allá”.

Está muriendo un príncipe
Y no caen los mercados,
Ni se proclaman hecatombes políticas;
Sin embargo,
Hoy ha llovido mucho
Y los cielos parecen estremecerse.




Te ruego ,amor, que me gobiernes
como un ancla gobierna al marinero
¿quién necesita a quién?

Te ruego, amor, en definitiva,
Que poco sé, que me detestes
Para que tu amor sea no para mí
Pues ya no existo

Sino para lo que yo soy en realidad
y no conozco.




¿Quién, tú o yo? La aurora,
aquiesciente, crece allá, tan cerca
y ni la roja perla infinita
que deshace su capa celeste

ni la larga lengua del mar, dichosa,
pueden gobernar las suelas
de los zapatos de tu amor.







Presa de nuestro propio ruido,
ladrones de lo que no se ve, criminales sin cuchillo,
silenciosos raptores de la inocencia,
hemos aniquilado lo que podríamos haber sido

y no fue.

Doble máscara de doble risa,
no sabremos cuándo el llanto ha llegado
porque ¡es tanto el duelo de las almas!
¡es tanto el olvido y los fantasmas,
que nadie recuerda sus papeles!

Teatro del miedo, cáscaras
de un banquete
donde nadie comió.



Cúbrete, amor, con la sábana
Que tejió tu cuerpo. Está hecha
Con el oficio del que ama.

Extraña profesión de las auroras.

(Parada detrás de una cornisa
La lluvia ríe desconfiada)

Jamás volverá a aullar el mar
Con su sirena recostada
Y, los caballos de la noche
Que urden los ríos de sangre,
no volverán a piafar
con sus patas ensangrentadas.


Cúbrete, amor con la doble aurora que vimos,
porque tú viste la tuya, sí,
y yo la otra, la que enciende las manzanas,
la que queman los naranjos de la siesta
y no comimos.

El amor a veces abre los caminos.

Allá quedábamos nosotros,
oscuros y hermosos, jóvenes, saludando.











SONETO A CRIS

Una nave entra en aguas del misterio.
Así voy al amor de tu regreso
Para arrastrarte con vientos nuevos
Al ignorado sueño de ser feliz.

La curva vida tiene un camino secreto
Por el que anduve errabundo y maltrecho;
Y al final no fui más que un encuentro
Entre lo que era y lo que nunca fui.

Y ahora soy también una canción
¿Y qué fui? Un duende en la tumba
Del miedo, mezcla de sombras y silencio,

En los umbrales de lo que vuelve,
En el vestigio azogado del espejo
Y en la minuciosa agua del amor.








LUNA
I


Pequeña Buda de manzana,
un rostro de arcilla roja
me ilumina. Canta
una canción vieja y sencilla,
baila una ronda antigua
y se marea en el mar de la tierra.

Ha llegado al planeta
una niña
cuyo oficio es bailar.


II

Baila, hija, baila.
Los pies también saben.







CLARI


Nadie le robará a la hermosa
su rubor. Mira
la vida
con la quietud
de un mago que ya no usa trucos
y su única ilusión
sea
tal vez
ver con qué corazón
engañará a la magia.


Todo lo demás
es risa.

Silenciosa,
busca una respuesta que ya tiene.





Cortar la suficiente leña
para que el fuego arda.

Sentir que, como él,
este amor no se apaga.




Ser otro ser
te enfrenta, guerrero ambicioso,
a un fantasma que tiene
tu propio nombre
(ese nombre, no es, insensato,
el que te han puesto tus padres).

¿No te da miedo, acaso
morir sin saber para qué?







GALILEO

Galileo nació en el tiempo
en que estamos protegidos.

Como una lluvia de abril
canta desde que nace
y bajo su nombre se citan
el amor, la luz y las estrellas.

El telón de los títeres se abre,
hay olor a tuco en nuestra casa.
Tu voz los llama.

Desde tu luna de enero,
niño serás siempre.



LEÓN

Su atracción es más grande
que la de los planetas cuando giran.

A todos da. De todos recibe.
Santifica todo lo que hay.

Un bebé es Dios en casa.







PAPÁ

Viejo edredón donde caigo
Cuando no queda nada.

Era yo
El que caía, ese niño.

Caigo hoy, otra vez,
Cada vez que lo oigo.




LEAN



Capitán de un barco desconocido
su corazón es su único timonel.

Tiene una bandera: “ser libre”

y con su libertad corta
la cara brutal
de los acechadores de los sueños
que se los quieren llevar
a orillas mudas


Su libertad desnuda
la tristeza sucia
de este mundo sin fe.





CANCIÓN PARA QUE JUAN PEDRO SEA FELIZ
Nació ayer. Nace hoy.
Él es un brinco de luz
entre las hojas del otoño.

Se llama Juan Pedro
y su mirada es un camino
entre el amor y mañana.

-¡Mañana! -gritan sus pies
de caramelo. ¡Mañana!
Nadie sabe cuándo empezó su patria,

dónde ha nacido antes,
quién lo acompañó en la partida
¿y esa luz?

¡Un tobogán de nube para Juan Pedro!
Brincará también entre las azucenas.
¿Jugó antes con las estrellas?

Mírenlo: nos aparta
de lo que nos aparta.
Une lo que nos une.

Juan Pedro se llama
¿Cómo se llamaba?
El amor es una alta

llamarada que nos consume.
Leños somos. Y queda el fuego.

Hoguera para quemar la turba
Que nos quemaba. Todos los niños
ofician de colmenas invisibles.

¿gustamos de esa miel?
Abejas que danzan
En ese invisible jardín.

Oh, de los que creen sin ver!
Miel para aclarar los ojos.
Receta: los ciegos andan.






Juan Pedro se llama
¿Cómo se llamaba?
Los niños sujetan la luz,

el candelabro, la rosa
invisible de ese jardín
sin abejas.

¡Ha dado diez pasos ayer!
Dará mil pasos mañana,
Mil pasos lo llevarán de esta casa.

Mil pasos lo traerán
Y se conservará la luz.
nos seguirá. Lo seguiremos.

El sabe que nos ha encontrado
¿Él sabe que nos ha encontrado?
¿Yo sé? ¿Vos sabés? ¿Sabemos nosotros?

Una soga para que Juan Pedro salte.
Una hamaca para que Juan Pedro ría.
Un nido de hornero para que Juan Pedro asista

a la emoción de la casa.
Una casa, una canción,
un himno en armónica,

Un caramelo, una hermanita
que se llama Luna. Un capitán
que se llame Leandro.

Clarisa puede ser el nombre
de la rosa.
Un hombre que entre y salga

por esa puerta
al que le digan papá.

Y una mamá. Ese no puede faltar.
Entonces, Juan Pedro
Será feliz.






La libertad es el esqueleto
con el que caminan los sueños.

























sábado, 11 de julio de 2009

LA ROSA INVISIBLE


"La rosa invisible" es mi tercer libro de poemas. Fue escrito en una búsqueda hacia atrás de cuadernitos escritos a mano durante quince años de silencio. Un silencio necesario para rescatar palabras que sean las necesarias para este tiempo de quien sigue siendo el mismo pero con la experiencia de cierta artesanía necesaria ¿están de acuerdo? Una dignidad mínima del poema. Llegué a un acuerdo conmigo mismo y lo publiqué. Puedo mostrarlo.

Soy del tiempo en que el televisor llegó al barrio de Caballito cuando tenía seis años, íbamos a ver El Gato Félix a la casa de un vecino; no existían el bolsas de plástico y la palabra nylon era el sinónimo de los adelantos; el almacenero vendía la yerba suelta y los porotos, y los envolvía en papel madera al que le hacía adorables moñitos en las puntas (el almacenero se llamaba Blanco, tenía bigotitos a lo Polaco Goyeneche) ; todo era de chapa y madera, por ejemplo: las palaganas, los juguetes; recuerdo un autito a pedales de chapa y un poema de un autor chileno que ya te voy a decir quién es, que dice que su autito de chapa sobre el techo de la casa le habla más que el I Ching; usábamos jopo con gomina y pantalones cortos hasta los 12 años (piernas peludas); medias Tom 3/4 o Ciudadela y una canción muy pegadiza: "Los chicos juegan, juegan y juegan, van a la calle, van a la escuela, con los zoquetes y las medias: ¡Ciu-da-dela!"; íbamos a la escuela con zapatos; había escarchas en Buenos Aires; vigilantes con garita en la esquina; el semáforo fue un adelanto increíble; había paraísos en mi cuadra de José María Moreno y Directorio, y ese es mi paraíso. Hace poco volví y están los mismos árboles. Pasaron cuarenta años. Fui a ver el bar "El Mosquito" en la otra esquina: Zuviría y José María Moreno. Anoche soñé que volvía a la esquina y el bar no estaba más, estaba derruida la esquina; lo recuerdo ahora, no me lo acordaba. Por suerte era un sueño. En el bar vas a ver una foto de Sebastián Piana, y el dueño, que es el yerno de aquel viejo que atendía antes, me dijo que era su amigo, iba siempre a ese bar y que vivía al mismo tiempo que yo, en la misma cuadra. No lo conocí. Pero yo jugaba en su vereda y él no lo supo. Tal vez alguna vez jugué con el fondo de los acordes de su piano.

Eso es "La rosa invisible". ¿Querés leerlo? No es nostalgia. Es amor por un tiempo que quebró la dictadura y aún estamos trabajando para recuperarlo. Me pregunto ¿servirá la poesía para eso?